Platos rotos.
No tengo muy en claro por qué estoy escribiendo esto, en un Newsletter deshabitado, sin ningún fin en particular, en una noche de verano. Esas calurosas que te recuerdan rápidamente que esta es la peor estación del año por afano.
Pero la respuesta rápida es por que imagino que me tengo que despedir, ¿no? Así funciona la vida, naces, creces, tenes un perro y después de dieciséis años se muere. Es simple, esperable y calculable. Lo que hace aún más insólito e increíble el dolor y el vacío que dejan. A ver, yo sabía que mi perro en algún momento se iba a morir, muchas veces cuando estaba vivo imaginaba ese escenario trágico en el que se moría y lo que su muerte generaba en mi familia. Debe ser o tiene que ser eso lo que duele de la muerte, no lo tengo muy claro como verán. El impacto que genera por más lógica que sea su llegada.
Hace poco veía en una serie una tradición griega (no se si es cierta pero me gustó) que afirmaba que después de una pérdida tan grande e irreversible había que romper un plato, algo así como para tener un control sobre la siguiente pérdida y poder elegir vos que estás dispuesto a perder y en que dimensión. Instantáneamente pensé en mi perro Teo y lo inútil del ejercicio. No existe una vajilla que pueda cargar con el dolor que significó y significa que mi perro se haya muerto. Tendría que empezar a romper platos hoy y si no me fallan los cálculos terminaría en veinte/treinta años. No tiene sentido romper tantos platos, mi dolor no es tan importante y puedo cargarlo.
Mi dolor surge de lo inesperado dentro de lo esperado, yo empecé una semana normal de octubre, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y el domingo se murió mi perro. Una noche pasándola mal en un veterinario no muy brillante del conurbano Sur, y eso fue todo. Se muere Teo y se lleva consigo 16 años, compartiendo mañanas, mediodías, tardes y noches.
Mi reacción durante los siguientes días fue esperable, estar triste, llorar, putear al universo y creer que todo me pasa a mí. Lo que me di cuenta que hacía y al día de hoy lo sigo haciendo es tachar acciones. Sí, desde que se murió mi perro, cada vez que hago algo que la última vez que lo hice fue cuando estaba vivo me digo para dentro es la primera vez que, no sé, por ejemplo, vienen mis amigos a mi casa desde que se murió Teo. Y así voy tachando primeras veces ‘desde que’. Es insólito, no tengo idea por qué lo hago, pero no puedo parar. En algún punto me resulta gracioso, porque lo hago con todo. Sin ir más lejos el miércoles pasado que salió campeón Boca fue el primer titulo desde que se murió Teo.
Sin embargo, hay primeras veces que repito todo el tiempo amigo, sigo avisándole a mi mamá que sale Indio, sigo dejando la puerta del living entreabierta, y antes de irme a dormir miro el zócalo vacío dónde estaban los tarritos a ver si tenes agua.
No hay nada bueno en todo esto, y me lleva a una conclusión rápida y poco brillante: 16 años es muy poco tiempo.
Chau amiguito, hasta siempre, nunca me voy a olvidar de vos.